Marine Martin tiene 44 años. Tiene epilepsia. Desde pequeña tomaba ácido valproico. Tiene dos hijos. En 1998, antes de su primer emba razo, preguntó a su neurólogo, a su médico de familia y a su ginecólogo si el tratamientopodía ser un problema. Todos le dijeron que no, excepto que había un riesgo de 1% de espina bífida. Siguió tomando el ácido valproico durante todo el embarazo, con ecografías de seguimiento; la hija nació sin espina bífida.
Cuando la Sra. Martin tuvo su segundo hijo, en 2002 , justo al nacer le dijeron que tenía hipospadias. Desde los primeros días no dormía, y pasaba largos ratos gritando. A los seis meses era evidente que tenía un retraso de desarrollo neurológico. A los 3 años le concedieron discapacidad de 80%; no hablaba, se ensuciaba, caminaba con dificultad y se caía a menudo, no coordinaba los movimientos de las manos. La
vida era un rosario de visitas a médicos y rehabilitadores varios, tres por semana o más. (Incluso un médico le prescribió metilfenidato para mejorar la atención). La vida de toda la familia estaba pendiente de las atenciones rehabilitadoras y del apoyo escolar y doméstico.
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